26 ago 2012

Los Salones


Se emerge, como de una trampa, a través del hueco de una escalera, siempre congestionado de gente a pesar de su anchura considerable. Escapados de este angustioso pasaje, no podemos recuperar el aliento antes de vernos sumergidos en un abismo de calor y en un remolino de polvo. Un ambiente tan pestilente e impregnado de las exhalaciones de tanta gente enfermiza que debería al cabo de tiempo producir o un rayo o una peste. Al fin se siente un uno ensordecido por un ruido continuo como el de las olas que estallan en un mar airado. No obstante, hay algo que puede deleitar los ojos de un inglés: la mezcolanza, hombres y mujeres juntos, de todos los órdenes y de todos los rangos del Estado... Este es quizás el único lugar público en Francia donde nuestro inglés podría encontrar esa preciosa libertad visible en todo Londres. Este espectáculo maravilloso me agrada incluso más que las obras expuestas en este templo de las artes. Aquí el saboyano que vive de sus chapuzas se codea con el ilustre noble acicalado en su cordón bleu; la pescadera intercambia sus aromas con la dama de alcurnia, obligándola a apretarse la nariz para combatir el fuerte olor de brandy barato que la invade; el rudo artesano, guiado sólo por su instinto, salta con una justa observación, al oír la cual un imbécil ingenioso casi estalla de risa sólo por la razón del cómico acento en que ha sido expresada; mientras tanto, un artista, oculto entre la multitud, desenmadeja el último significado de todo esto y procura sacar provecho”
 
Mairobert, 1777

"Siempre que fuisteis a ver en serio la exposición de obras de escultura y pintura que se ha celebrado desde la Revolución de 1830 ¿no experimentasteis un sentimiento de inquietud, aburrimiento y tristeza ante aquellas largas galerías atestadas? Desde 1830 no existe ya el Salón. Por segunda vez el pueblo de los artistas que en él se ha mantenido ha tomado el Louvre por asalto. Ofreciendo antaño la flor de las obras de arte, suponía el Salón los más grandes honores para las creaciones que en él se exponían. Entre los doscientos cuadros elegidos, el público, a su vez, elegía; manos desconocidas otorgaban una corona a la obra maestra. Surgían discusiones apasionadas a propósito de un lienzo. Los insultos prodigados a Delacroix o a Ingres no contribuyeron menos a su fama que los elogios y el fanatismo de sus partidarios. Hoy, ni el público no la crítica se apasiona ya por los productos que en este bazar se exhiben. Obligados a elegir allí donde en otro tiempo se encargaba de eso el jurado, se le cansa en este trabajo la atención y, al terminar su tarea, ya se clausuró la exposición. Hasta 1817 los cuadros admitidos no pasaban de las dos columnas primeras de la larga galería donde figuran las obras. Según se ha ido aumentando el número de artistas, debía el jurado de admisión haberse mostrado más exigente. Pero todo se perdió desde que el Salón se prolongó en la Galería. El Salón debía de haber quedado como un lugar determinado, restringido, de dimensiones inflexibles, e el que cada género hubiese expuesto sus obras maestras. Una experiencia de diez años ha demostrado la bondad de una institución antigua. En vez de un torneo, tenéis ahora un motín; en lugar de una exposición gloriosa, un bazar bullicioso, y, en vez de una selección, tenéis la totalidad. ¿Y qué es lo que pasa? Pues que sale perdiendo el gran artista... Mientras que ahora, que cualquier estropeador de lienzos puede enviar allí su obra, no se habla de otra cosa que de artistas incomprendidos. Allí donde no hay juicio, no hay tampoco cosa juzgada.. por más que hagan los artistas, siempre volverán a ese examen que recomienda sus obras a la administración del público para el cual trabaja. Sin la selección de la Academia, no habrá ya Salón; y sin Salón, está expuesto el arte a perecer. Desde que el libreto se ha convertido en un mamotreto se dan muchos nombres que quedan en la oscuridad, pese a la lista de diez o doce cuadro que les acompañan.”
H. de Balzac, Pierre Grassou.

Surgimiento de la autonomía del arte




"Cuando un objeto carece de utilidad o de fin externo, habrá que buscarlos en el objeto mismo, si éste debe suscitar en mi placer; o bien debo encontrar en las partes aisladas de ese objeto tanto finalidad que olvide preguntarme: ¿pero de qué sirve el todo? Para decirlo con otras palabras: ante un objeto bello, debo experimentar placer sólo por él mismo: en ese sentido, la ausencia de finalidad externa debe compensarse mediante una finalidad interna; el objeto debe ser algo cumplido en sí mismo”

K. P. Moritz, Primer Tratado sobre Estética, 1785.  

"Considerado de esta forma, lo bello puede ser verdaderamente útil en la medida en que afina nuestra capacidad de percepción del orden y la armonía y eleva nuestro espíritu por sobre las pequeñeces porque ella nos permite mirar claramente todo en el todo y en relación al todo [...] “Se trata aquí del discurso casi como del caminar. El caminar habitual tiene su propósito fuera de sí mismo, es un puro medio para llegar a un fin y tiende de manera incesante hacia ese fin, sin tomar en cuenta la regularidad o irregularidad de los pasos. Pero la pasión, por ejemplo la alegría briosa, vuelve el caminar sobre sí mismo ì mismo y los pasos ya no se distinguen entre sí por el hecho de que cada uno acerque más al fin; todos son iguales, pues el caminar ya no se dirige hacia una meta, sino que se produce por sí mismo. Como de ese modo los pasos aislados han adquirido una importancia igual, surge el deseo irresistible de medir y subdividir lo que se ha vuelto de naturaleza idéntica: así nació la danza.”
 
K. P. Moritz, Ensayo sobre la prosodia alemana, 1786